Comentario
Históricamente, el siglo XI se inicia en 1031-1035-1037, años en los que se rompe la unidad del mundo musulmán y el califato es sustituido por numerosos reinos de taifas (1031) enfrentados entre sí e incapaces de oponer una resistencia eficaz a los reinos cristianos, aunque también éstos se dividen al distribuir Sancho el Mayor sus dominios entre sus hijos y recuperar la independencia, convertidos en reinos, los condados de Castilla y Aragón (1035); el recién nacido reino de Castilla buscará en la guerra la recuperación de las fronteras de época condal y en Tamarón hallaría la muerte el leonés Vermudo III al que sucede Fernando I de Castilla en nombre de su mujer Sancha, hermana de Vermudo (1037). Con esta unión se inicia el largo proceso de uniones y separaciones que culminará en 1230 con la unión definitiva de Castilla y León bajo la hegemonía del primer reino, puesta de manifiesto en 1065 y en 1157 respectivamente cuando Fernando I y Alfonso VII, al dividir sus dominios, confían al primogénito el reino de Castilla. Fernando I de Castilla considera bienes propios, de los que puede disponer libremente, las tierras conquistadas o incorporadas por él y las distribuirá entre sus hijos reservando al primogénito el reino heredado: Sancho II recibe Castilla, Alfonso VI será rey de León y en Galicia reinará García mientras a las infantas Elvira y Urraca se les da el señorío sobre los monasterios de los reinos. La hegemonía castellana está contrarrestada por el título imperial que corresponde al leonés Alfonso VIy que Fernando I refuerza entregándole el derecho de conquista sobre el reino musulmán de Toledo. La concesión de Toledo al monarca leonés y la vinculación de Badajoz y Sevilla a Galicia cortaban el paso castellano hacia el Sur; por el Oeste, Sancho perdía por decisión paterna Tierra de Campos, incorporada a León, y la expansión hacia el Este, hacia el reino de Zaragoza, chocaba con los intereses de Navarra, reino al que Sancho el Mayor había incorporado tierras castellanas como los Montes de Oca y la Bureba. Ocupar estas zonas, restablecer las fronteras castellanas, será el objetivo de Sancho II quien, en 1067, atacó Navarra y en 1068 derrotó al leonés Alfonso en Llantada; la batalla no fue decisiva y ambos hermanos se unirán momentáneamente para destronar a García de Galicia. Derrotado en Golpejera (1072), Alfonso buscó refugio en Toledo, de donde regresará meses después al ser asesinado Sancho cuando intentaba ocupar Zamora, defendida por la infanta Urraca en nombre de Alfonso. Con la muerte de Sancho, Alfonso reunifica los dominios paternos después de haber jurado en Santa Gadea que no había tenido parte en el asesinato de su hermano. Alfonso VI, rey de León y de Castilla, seguirá las directrices políticas de su padre frente a los musulmanes y las parias seguirán afluyendo al reino hasta que en 1085 Alfonso convirtió en realidad el viejo sueño de los monarcas leoneses: la ocupación de Toledo, ciudad en la que sería restablecida la sede primada como símbolo de la unidad eclesiástica de España, mientras el título imperial utilizado por Alfonso reflejaba la unidad política. A la presencia almorávide que siguió a la ocupación de Toledo se contrapone la entrada en los reinos cristianos de numerosos francos, europeos, que se instalan en los monasterios que jalonan el Camino de Santiago como artesanos, mercaderes y monjes o contribuyen a la defensa del territorio y a la repoblación de las ciudades situadas en el Valle del Duero. Monjes y caballeros adquieren extraordinaria importancia en el reino y mientras entre los primeros se reclutan los abades y obispos de los monasterios y sedes, personajes como Raimundo de Borgoña o Enrique de Lorena se convierten en el brazo derecho del monarca, que les dará a sus hijas Urraca y Teresa en matrimonio, y con ellas los condados de Galicia y Portugal respectivamente. La muerte del heredero varón de Alfonso VI en la batalla de Uclés (1108) dejó como sucesora a Urraca, viuda de Raimundo de Borgoña y madre de un niño de corta edad, Alfonso, que no estaba en condiciones de dirigir el ejército contra los almorávides. La situación militar hizo aconsejable un segundo matrimonio de Urraca y entre los posibles candidatos fue elegido a la muerte de Alfonso (1109) el rey de Navarra y Aragón, Alfonso el Batallador. De haberse afianzado el matrimonio y haber tenido hijos podría haber supuesto la unión de León, Castilla, Navarra y Aragón, pero jamás hubo entendimiento entre los esposos y contra ambos se levantaron, en defensa de los derechos de Alfonso Raimúndez -el hijo de Urraca y Raimundo de Borgoña- los clérigos francos. Tras varios años de guerra civil entre los partidarios de Urraca y los de su marido Alfonso y de enfrentamientos entre los clérigos francos y sus vasallos, que apoyan al monarca navarro para liberarse de la dependencia feudal, el matrimonio fue disuelto por Roma y reconocido como rey Alfonso VII, el hijo de Raimundo de Borgoña, que adoptaría en 1134 el título de Emperador, con un sentido totalmente distinto al de sus antecesores: mientras para éstos el título imperial tiene un valor simbólico vinculado al mundo visigodo, Alfonso VII es por su origen y formación un rey plenamente feudal y se declara emperador porque es rey de reyes, porque entre sus vasallos feudales se encuentran los reyes de Navarra y de Aragón -separados en 1134 a la muerte de Alfonso el Batallador-, los condes de Barcelona, varios reyes musulmanes, y el conde de Portugal, que ha utilizado la guerra civil provocada por el matrimonio de Urraca y Alfonso para actuar en su condado con absoluta independencia, como un rey más, título que adoptará pocos años más tarde. El título imperial de Alfonso y los derechos feudales que reflejaba no sobrevivieron al Emperador, que dividió el reino entre sus hijos: Sancho III sería rey de Castilla y Fernando II de León; la frontera entre ambos reinos, la polémica Tierra de Campos, sería atribuida a Castilla y el Emperador intentaría suavizar las tensiones convirtiéndola en el Infantado, la dote de la infanta Sancha, hermana de Alfonso VII (1157). Pese a la mediación de Sancha, la frontera no fue aceptada y los reyes de León y de Castilla se reunirían en Sahagún (1158) para buscar un acuerdo sobre este punto, para fijar las respectivas zonas de influencia y futura conquista en territorio musulmán y para dividirse el recién nacido reino portugués. Los acuerdos fueron rotos por la muerte, este mismo año, del castellano Sancho III al que sucedería un menor de edad, Alfonso VIII. La minoría, unida a las luchas por el poder entre los nobles divididos en parcialidades dirigidas por los Lara y los Castro, permitirá a Fernando II ocupar Tierra de Campos aliándose a los Castro. Derrotados éstos en Castilla, Fernando concentrará sus fuerzas en la defensa de la zona sur del reino, amenazada por los almohades y por los portugueses, cuyo caudillo Geraldo Sempavor llegó a dominar prácticamente la totalidad de la actual Extremadura. La preferencia dada por el monarca leonés a la frontera sur tiene mucho que ver con Castilla, reino al que se ha incorporado definitivamente Toledo, la sede primada. Mientras Castilla-León-Portugal han permanecido unidos políticamente, poco importa que Toledo sea castellano o leonés pero, al separarse los reinos, quien controle Toledo tendrá indirectamente el control del clero puesto que todas las sedes episcopales dependen de la sede primada. Contra esta intromisión eclesiástica habían reaccionado los portugueses y los catalanes rechazando el primado toledano y restaurando las antiguas metrópolis de Braga y de Tarragona, y contra el riesgo de un control del clero leonés reaccionará Fernando II, ya que en sus dominios no existía un arzobispado del que pudieran depender las sedes leonesas, pues el arzobispo compostelano lo era en cuanto se había trasladado a Santiago la antigua metrópoli emeritense, con carácter provisional, hasta que Mérida fuera ocupada por los cristianos. Si León no ocupaba Mérida, si la ciudad caía en manos de portugueses o de castellanos, la independencia eclesiástica se vería amenazada y con ella la independencia política. Para León era mejor que Extremadura permaneciera en poder de los almohades, y Fernando II no dudará en aliarse a los musulmanes en 1169 para hacer frente a portugueses y castellanos.Castilla, por su parte, amenazada por León en el Oeste y por Navarra y Aragón-Cataluña -unidos en 1137- en el Este, no tardará en firmar la paz con los almohades (1173), que se convierten así en árbitros de la situación y rompen los pactos y alianzas cuando conviene a sus intereses, seguros de que los cinco reinos cristianos no se unirán mientras subsistan los problemas que los enfrentan. Entre 1160 y 1175, Castilla, León y Portugal sufren continuos ataques de los musulmanes y pierden la mayor parte de las zonas conquistadas en los últimos años de Alfonso VII. La unificación de los dominios musulmanes por los almohades a partir de 1172 obligó a poner fin a las querellas internas para hacer frente al peligro común, pero todos los intentos de consolidar las alianzas fracasaron, y sólo en 1197, tras un nuevo ataque almohade, se llegará a una nueva alianza, ratificada esta vez mediante el matrimonio del leonés Alfonso IX, sucesor de Fernando II en 1188, y la castellana Berenguela, hija de Alfonso VIII, que llevaría como dote la zona en litigio, la Tierra de Campos. Este matrimonio, disuelto por razones de parentesco en 1204, hará posible la unión política de ambos reinos en la persona de Fernando III, que recibiría de Berenguela el reino de Castilla al morir sin herederos Enrique I (1217) y sucedería a su padre Alfonso IX de León en 1230. Con esta unificación política se cerraba el período de uniones y separaciones iniciado en 1037 con la aceptación del castellano Fernando I como rey de León cuyos sucesores no pudieron evitar la definitiva separación e independencia de Portugal.